miércoles, 3 de octubre de 2018

Coincidencia o destino

Coincidencia o destino
Paula Fernández Fernández 

Primer premio del  XXXVII concurso literario «Cudillero, el pescador y la mar»



El pasado 12 de junio cumplí 90 años. La verdad es que me mantengo bastante bien. Siempre he pensado que es debido a que mi esperanza perdura ante todo. 
Mi nombre es Esther, y no tuve una vida fácil. Mi madre falleció cuando yo apenas tenía dos años y mi padre era el farero del pueblo, por lo tanto estaba siempre muy ocupado. Por suerte, siempre he conseguido ver la alegría en pequeños detalles, en lo insignificante, siendo muy optimista. 

Nací en la costa, en la costa del cantábrico de Asturias concretamente. Nunca tuve hermanos o hermanas, por lo tanto me las tuve que apañar con mi imaginación para divertirme. 
A los 7 años, en 1935, descubrí una playa, una playa en la que no había nadie, una playa secreta… ¡Mi propia playa! La verdad es que no era muy amplia pero era perfecta. Me pasé las tardes allí, ya fuese jugando, saltando, bailando o cantando. Yo me divertía allí, sola, pero no importaba. 
Un día, a la edad de 13, me ocurrió algo que me marcaría para siempre: despistado y de una cueva apareció de repente un chico de mi edad. Yo reaccioné asustándome, y él también. Nos miramos a los ojos en silencio y, debido a la extraña situación, los dos nos echamos a reír. 
Cada uno se presentó pero, por si acaso, no nos dimos ni la dirección ni el nombre verdadero, ya que «no debíamos hablar con desconocidos». Le presenté la playa, le expliqué que venía aquí todos los días y él me contó que estaba investigando la zona y apareció aquí mágicamente. Nos hicimos amigos pronto; tanto que decidimos quedar en ese mismo sitio para el día siguiente. 
Desde ese día mi «lugar secreto» ya no sería secreto, sino compartido, pero no me importaba, había conocido a alguien genial. 
Al día siguiente llegamos los dos muy puntuales, a las tres, y comenzamos a hablar y a jugar como si nos conociésemos de toda la vida. 
En nuestros tiempos de diversión sobre todo, investigamos el lugar (cosa que yo nunca me había atrevido a probar antes) y descubrimos muchos rincones, muchos sitios demasiado espectaculares como para poder describirlos. 
Pero hubo algo que nos dejó atónitos: una gran cueva. Era muy amplia y tenía una magnifica temperatura. Además había cientos de cristales resplandecientes incrustados en las paredes, y lo mejor sin duda era el pequeño lago salado que se había creado, ya que por un agujero formado, cierta cantidad de agua podía pasar, dejando así un gran lago en el centro de la cueva, un lago tranquilo. La gruta estaba muy cerca de la playa, pero a la vez algo oculta. 
A esta cueva la bautizamos «Coincidencia o destino», ya que decidimos que nuestras vidas quizás se habían cruzado por el destino o por una absurda coincidencia. 
Siempre había adorado el mar, ese mar de agua fría, pero más aún al observar las maravillas que podía llegar a crear. 
Días, semanas y meses… todos se hacían cortos, hasta que, después de cinco años de encuentros, él dejó de aparecer. Al principio pensé que sería alguna broma tonta o que tendría cosas que hacer. Pero las semanas y meses pasaban y tuve que asumir que él nunca volvería. 
Ese mismo año, 1946, decidí no volver nunca jamás a allí, ya que sin él todo sería más aburrido. 

Mi vida siguió pasando y, como ya he dicho, ahora tengo 90 años. He vivido muchas, muchísimas experiencias. Llegar tan lejos es como sufrir la maldición de tener que despedirte de los que más quieres, pero a la vez tienes el don de poder ver a las nuevas generaciones. 
El 12 de junio, en mi nonagésimo cumpleaños, decidí escaparme de la monotonía, y sin decírselo a nadie volví a la playa, esa playa que nunca se había borrado de mi memoria. Fue una sensación rara volver al lugar de tu infancia, que hacía 70 años no pisaba. 
Al llegar, me llevé una gran sorpresa: ¡había personas! Al parecer aquella playa ya no era un secreto. 
Daba igual. Me dirigí hacia la entrada de la cueva. Estaba cubierta por grandes arbustos, que conseguí sortear. 
En la cueva entraba gran cantidad de luz. Eché un vistazo y todo seguía exactamente igual que antes… salvo por un importante detalle: en una gran roca estaban inscritas letras que decían así: «Coincidencia o destino». Supe al instante que lo había tallado él. Pero lo más impactante fue ver que debajo de aquel nombre se habían grabado decenas de años; el primero 1947, le seguía 1948, 1949, 1950… y así sucesivamente hasta 2016, la última fecha escrita. 
Aquel chico, bueno, mejor dicho, aquel hombre estuvo más de 70 años visitando la cueva, nuestra cueva. Nunca se rindió, ni al ver que yo no aparecía por allí… hasta 2016, hacía dos años. 
En ese momento no quise pensar que le había ocurrido nada malo, no quise pensar que ya nunca volvería a visitar la cueva, no quise pensar que ya nunca nos veríamos. Simplemente cogí una piedra punzante del suelo, sonreí, e inscribí: «2018».

1 comentario:

  1. Enhorabuena Paula, bien merecido ese premio, estoy segura que seguirás acumulando muchos más éxitos.

    ResponderEliminar