sábado, 17 de octubre de 2015

La muerte del pequeño Shug



Resumen
Shug tiene trece años y vive en una casa junto a un cementerio. Su comida favorita son los huevos fritos con pan. Su padre, que quizá no lo sea, se sirve de él para entrar en casas de médicos y enfermos y robar barbitúricos. Glenda, la madre, es una belleza que ha conocidos mejores tiempos. Un día irrumpe en la vida de estos tres seres un hombre amable que despierta sueños dormidos y aviva pasiones prohibidas.

Mi valoración
Woodrell no entiende la literatura como acumulación de figuras y tropos, bisutería verbal, pura palabreo decorativo. Para el autor de La muerte del pequeño Shug narrar es contar y omitir, escoger bien las palabras, los datos que van a poner en movimiento la imaginación del lector. Un ejemplo. Woodrell nos muestra así los resultados de una pelea:
Alguien que sangraba había dado vueltas y vueltas por toda la cocina. Había platos rotos por todas partes, un desastre. La sangre había dejado extrañas manchas y salpicaduras en los fogones, las paredes, el suelo y el techo. Los platos que se podían romper estaban todos hechos añicos en el suelo. En la radio sonaban viejas canciones de rock and roll. A la mesa le faltaba una pata y estaba inclinada hacia abajo, el tablero tocaba el suelo como si se hubiera arrodillado para suplicar. (p.159).

Tan pronto como se lee esto se forma en la imaginación del lector una imagen llena de datos que no están ahí (golpes, heridas con arma blanca, cosas destrozadas; violencia máxima y larga en el tiempo). Y solo las palabras, la magia verbal ha hecho percibir todo eso. El autor hace llegar la información por afloramiento del fondo no-dicho en la imagen explícita, en la figura dibujada con palabras que hace que se complete activamente en la imaginación del lector. 
Otro botón de muestra.
Nuestra casa parecía que la hubiera pintado un niño pequeño y torpe con ceras muy grandes de colores brillantes, un niño que pronto hubiera perdido el interés en la tarea […]. La casa estaba pintada sobre todo a franjas de distintos tonos de blanco, con un poco de amarillo, de azul y de rojo. (pág. 24)

Un mal escritor se habría puesto a inventariar el exterior de la casa como un notario o se habría puesto a describir “poéticamente”, con lo que la imagen nos llegaría masticada, digerida, chapuceada por acumulación de banalidades o por un subrayado gratuito y retórico de la emoción. Pero no. Woodrell silencia muchas cosas y utiliza una elegancia exquisita para hacernos llegar la información de una casa pobre, descuidada, pintada con restos de aquí y de allá, parcheada rápido y mal. En La muerte del pequeño Shug se cuentan las cosas de manera natural. No interesa la “belleza” por el estilo sino por los hechos que se están narrando. Es una novela que calcula muy bien en qué situación se colocan los personajes, que selecciona perfectamente las acciones y que las palabras tienen una entonación clara y nítida. El autor sabe cómo atrapar rápido la atención del lector y consigue, además, que este alcance un eco emocional adecuado para vivir/revivir la desesperación de un chaval de trece años al que arrancan de manera salvaje de la inocencia. 

Comprobémoslo.
A principio de la novela se nos dice de Shug:
Los gritos que me guardé dentro esa vez y otras veces se morían de ganas de salir. (pág. 21)

Al final, en un cierre circular perfecto, Shug confiesa:

El frasco en el que escondía todos los gritos de mi vida explotó. […] Grité por cosas que habían ocurrido hace tiempo y que creía haber olvidado […] rodeé gritando unas peñas, pasé gritando por debajo de unos árboles […] Grité hasta dejarme la garganta en carne viva y hasta que el sol bajó y se ocultó tras el horizonte. Luego volví a casa, vacío de sentimientos. (pág. 199)

Y todo esto con palabras sencillas, lavadas y relavadas en las frías aguas de los arroyos de las montañas Ozark, esas montañas que en palabras del autor “conozco hasta la puñetera médula para escribir como escribo.” Ni un ápice de retórica que entorpezca ni de lirismo fácil que empalague ni de estilo soporífero ni de escritura exagerada de técnica gruesa. El autor ha soltado lastre de todo tipo. Una novela, pues, para saborear frase a frase.
Del mismo autor también recomiendo Los huesos del invierno. Adelanto que ambas historias son muy duras, las han etiquetado como novelas “country noir” y hay incluso quien considera que transcienden esta etiqueta pues son puras tragedias ambientadas entre gente pobre.Acabo con otro fragmento de este narrador genial. Está en la página 112 de la novela que nos ocupa.
Más o menos en ese momento se pusieron a fumar y a hablar del pasado, y se contaron recuerdos el uno al otro. Yo los escuchaba más o menos, pero sin prestar mucha atención. Alguien a quien los dos conocían había muerto, y otros más también, y hablaron de tíos que gastaban dinero a lo grande, de chicas que habían cazado a ricachones y de cómo cambian las cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario