domingo, 20 de diciembre de 2015

El último encuentro

                                                    

Resumen
Un pequeño castillo de caza en Hungría donde se celebraron elegantes veladas ha cambiado radicalmente de aspecto. Dos hombres mayores, inseparables amigos de jóvenes, se citan para cenar tras cuarenta años sin verse. Ambos han esperado este momento pues entre ellos se interpone un gran secreto. Todo converge en un duelo sin armas cuyo punto en común es el recuerdo imborrable de una mujer.

Mi valoración
Desde mi punto de vista, Sándor Marái es un buen narrador. Me explico. La apertura, o sea los dos primeros capítulos, habla de una carta y anuncia una visita; este comienzo con un diálogo que da vivacidad a la historia, constituye el acicate que aviva el deseo de conocer el resto. A continuación, el autor despliega ante nuestros ojos la infancia y la juventud de Heinrich y lo hace con un aire de cuento infantil. Es curioso cómo en ocasiones las lecturas antiguas actúan como filtro que condiciona la nuevas. Es lo que me ha pasado con El último encuentro.

Por ejemplo, la madre y la casa de Heinrich niño me recuerdan a la princesa y al palacio de los cuentos de hadas; la familia materna, a la madrastra o a la bruja; Nini, al hada madrina con la varita mágica de su fuerza; el padre cazador me lleva a los cazadores de los cuentos de animales. Incluso el ambiente de Viena donde se mueve Heinrich, con sus señoras elegantes, su nieve, sus carruajes y sus bailes tampoco escapa al paralelismo con el cuento de hadas.

No obstante, si la novela se abría con una visita que anunciaba un conflicto, una tensión, un ajuste de cuentas, Marái no deja de lado ese hilo fundamental de la trama y lo sigue tensando en estos capítulos. La amenaza sigue ahí, fraguándose ante nuestros ojos: Nini se preocupa por la buena relación que hay entre los chicos, el padre de Heinrich ve lo diferente de Kónrad… o sea, que el autor en ningún momento olvida cuál es el nudo central de su novela: un último encuentro y un ajuste de cuentas.

Los capítulos ocho y nueve siguen tendiendo hilos en la trama, acumulando tensión para el encuentro que se produce en el capítulo diez (justo a la mitad del libro). Los elementos que animan la intriga son un cuaderno forrado de terciopelo amarillo, el hueco de un retrato y una mansión que vuelve a revivir tras el paréntesis de cuarenta y un años.

Hasta aquí hay: a) a una vieja casa habitada por gente vieja llega una carta, b) la carta anuncia una visita que conlleva un conflicto; la visita es portadora de una verdad dolorosa, c) el anuncio de la visita provoca que la mansión reviva y que sus moradores también activen sus recuerdos de infancia y juventud.

En esto consiste básicamente el arte de narrar: lo siguiente ya está latente en lo anterior o como dice la canción popular se narra como se baila: dos pasitos “palante” y un pasito “patrás”.

De los capítulos diez al diecinueve se produce el encuentro tan esperado desde el título de la obra, y más que un diálogo asistimos a un monólogo de Heinrich sobre diversos temas. Este al evocar el pasado desde el presente lo que hace es descubrirse; esto es, hacer, y al hacer, hacerse. El personaje reflexiona sobre la amistad, la fidelidad, la traición y la venganza.

Y como buen narrador, Marái nos va descubriendo cartas para mantenernos atentos hasta el final. Nos enteramos de que los dos amigos se han alejado físicamente, de que hubo una cacería donde uno intenta matar al otro, de que a partir de ese momento se produce una huida, de que hay un diario forrado de terciopelo amarillo que levanta sospechas, de que Kriztina muere y los amigos se reúnen para saber la verdad y de que la verdad queda en el aire.

En el pasado rememorado que trae la visita tenemos: a) un libro de viajes que delata una pasión adúltera, b) una escopeta que se dispara como símbolo de traición y cobardía, c) un diario que contiene una verdad que no revela, d) una pregunta que no se responde y otra pregunta que es una respuesta.

Tal vez sea un error, pero he leído la novela condicionada por este pasaje: “Así que me dije que convenía prestar atención. Ya que el lenguaje simbólico y peculiar de la vida nos habla de mil maneras distintas en días así, y todo sucede para llamar nuestra atención, cada señal y cada imagen, lo único que falta es comprenderlas. Las cosas maduran y responden de repente. Esto pensé. Y comprendí además, instantáneamente, que incluso el libro era una señal y una respuesta.”

El capítulo veinte cierra la novela con el símbolo del hueco del retrato de Kriztina que puede volver a cubrirse puesto que todo se ha aclarado.

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