jueves, 23 de abril de 2020

Día del Libro 2020. Una reflexión crítica de confinamiento


Tras ya incontables días encerrados entre cuatro paredes, la reflexión no se presenta como una opción posible, sino como un acto involuntario y completamente necesario para no perder la cordura, algo con lo que pasar las innumerables horas muertas, algo que nos beneficiará, por la situación que vivimos, ya que puede ayudarnos a ordenar nuestras ideas y saber actuar correctamente, o al menos, de manera acorde a como realmente queremos actuar. Sin embargo este tipo de reflexión no proliferará por lo general. Es más fácil evadirse, ver Netflix, la televisión, y pasar el confinamiento sin pena ni gloria, como unas vacaciones autodestructivas. Esto no quiere decir que debamos ser como esas personas que se crecen en estas situaciones, y empiezan innumerables proyectos, pero tampoco debemos usar el confinamiento como excusa para abandonarnos a nosotros mismos a una dinámica de cama-comer-sofá, que no hará más que colaborar en esa pérdida de la cordura que intentamos evitar. Comencemos. 


Para nosotros la cuarentena empezó el primer día que cancelaron las clases: una situación surrealista y cómica, una situación idónea para celebrarlo por todo lo alto (incluso saliendo de fiesta). No tendríamos que levantarnos todos los días a las 7 de la mañana; no tendríamos que estar 6 horas sentados en frente de los libros, escuchando a los profesores mientras esperamos a que toque el timbre a las 14:30. En contraparte, podríamos emplear el tiempo en proyectos personales que nos habíamos dejado en el tintero a costa de los estudios. Aunque bien es cierto que esto sonaba de maravilla sobre el papel, la cruda realidad nos ha demostrado lo contrario: la procrastinación brilla por su presencia en nuestro día a día, sin sacar nada en claro, viendo las horas pasar. Los planes de convertirse en un virtuoso del piano se acabaron materializando en un maratón de “Élite” y de “La casa de papel”. Y esas intensas horas de ejercicio con rutinas online que te proponías acabaron siendo horas navegando por Instagram, viendo como los demás se encuentran en tu misma situación. Por esto ahora nos damos cuenta de que la supuesta falta de tiempo en nuestro día a día era simplemente una excusa para evadir todas las “metas” que tratábamos de alcanzar. Pero el primer paso para solucionar un problema es ser consciente de él (o eso queremos pensar). 

Pero la situación, desde entonces, se complicó enormemente (mucho más de lo que cualquiera de nosotros podía esperar). La histeria social se desató. Miles de personas acudían a su supermercado más cercano para abastecerse de comida, pudiendo dejar a otros sin nada, sumado a la compra de toneladas de papel higiénico (seguimos sin entender el porqué). Pasamos de la calma absoluta a la histeria obsesiva, del “es una simple gripe” al “sálvese quien pueda”. No hubo término medio, ni siquiera una pequeña transición. De la noche a la mañana pasamos de ver los supermercados bien surtidos, como era costumbre, a verlos desoladoramente vacíos, aumentando más la histeria ante la posibilidad del desabastecimiento, y provocando aún más del mismo. Durante unos pocos días muchos dejaron de pensar, se tornaron irracionales, no se dieron cuenta de que ir en masa al supermercado solo crearía aglomeraciones, aumentarían sus posibilidades de contagiarse. 

Por otra parte, nos impacta la reducción drástica de la contaminación en las grandes ciudades, así el planeta podría tratarse del principal beneficiado por el coronavirus: la calidad del aire ha mejorado exponencialmente, las aguas se han tornado cristalinas y la fauna ha comenzado a retomar las ciudades. Pero no hay que olvidar que este es un beneficio fugaz: una vez pasada la cuarentena el mundo se volverá a llenar de contaminación, la gente querrá salir todo lo que no pudieron durante el tiempo confinados, y derrocharán, los que puedan, y se olvidarán del planeta, al fin y al cabo, ahora hay menos contaminación; en vez de tener un poco de conciencia ecológica, se dedicarán a crear en unos pocos días toda la contaminación que no pudieron producir en todo el tiempo confinados. Por eso es importante ser conscientes de la situación, y no dejarnos llevar por los impulsos, fruto del largo confinamiento. 


Pese a todo lo anterior, el confinamiento nos ha proporcionado el tiempo para parar, pensar, reflexionar y valorar las cosas que anteriormente pasábamos por alto: las amistades, las fiestas, charlas con nuestras familias (entre alguna que otra discusión). Incluso algunos echan de menos aquello que decían repudiar: ir todos los días a clase. Y es que, además, esta dura adversidad ha confluido en la demostración de la solidez de un país; mostrando el valor de los fuertes vínculos y las relaciones entre su gente mediante aplausos, sirenas y vitoreos diarios. Nos ha demostrado el buen corazón de algunos, que decidieron arriesgarse para ayudar a los demás, poniendo en riesgo su propia salud, gente que decidió ayudar a sus vecinos mayores yendo a hacerles la compra, y qué decir de todos los profesionales de la sanidad, trabajando por encima de su propia capacidad, arriesgando incluso su propia salud mientras trabajan en la fuente de infección principal sin ni siquiera suficientes mascarillas. Pero también nos ha hecho ver la cara negativa de la sociedad, gente insolidaria, a la que le daba igual el bien común, y solo pensaba en su propia comodidad, sacando a pasear tres o cuatro veces a su perro el mismo día, o directamente saliendo a pasear sin siquiera una excusa, e incluso los autoproclamados justicieros de balcón, que se dedicaban a gritar a la gente que veían por la calle que se quedase en casa, llegando incluso al insulto, sin conocer la situación del otro, gente con problemas de salud que necesitaban salir, profesionales que, a pesar de la situación, debían de ir a trabajar… Los justicieros, orgullosos de su labor, no sabían que estaban haciendo más mal que bien, insultando a gente que iba a jugarse el pellejo mientras ellos estaban muy cómodos tirados en el sofá o mirando por la ventana, buscando a nuevos “malhechores” a los que reprender. 

Por eso, aunque hayamos sido testigos de muchas muestras de generosidad, amabilidad y responsabilidad profesional, no debemos olvidarnos de la sociedad en la que vivimos, no debemos salir al mundo, una vez acabado el confinamiento, pensando que vivimos en la ciudad de la piruleta, calle de la regaliz, debemos ser conscientes de que el mundo no es perfecto, y debemos hacer autocrítica, ¿fuimos buenos ciudadanos durante la cuarentena o antepusimos nuestra comodidad al bien común? ¿Nos dejamos llevar por un auto-pretendido sentido de la justicia, que únicamente alimentaba nuestro ego, para sentirnos satisfechos pensando que aportábamos algo, cuando estábamos haciendo todo lo contrario? 


Es por tanto nuestro deber como ciudadanos responsables reflexionar críticamente sobre nuestro comportamiento y sobre el conjunto de la sociedad, no dejarnos llevar por sentimentalismos, y no pensar que fuimos héroes por quedarnos en casa (teniendo en cuenta que en otros tiempos se mandaba a la gente ir a guerras a jugarse la vida, mientras que ahora basta con tumbarse en el sofá) y aplaudir a las ocho, sin saber ya a que se aplaude. Debemos reconocer la labor de los que dieron la cara por nosotros en una situación tan difícil, y luchar por que puedan trabajar en las condiciones lo más óptimas posibles, no sin material ni seguridad sobre su propia salud, eso seguro. No deberíamos salir a aplaudir a las 8, deberíamos salir a protestar. Protestar para que se les de material adecuado, no lo más barato que se encuentre en el mercado, protestar para que se alargue aún más la cuarentena, en vez de pensar solo en la economía, a riesgo de más vidas, protestar para que todo el mundo esté preparado para cuando haya un segundo brote, que lo habrá, y no nos coja de nuevo de improvisto. 

Al final, y como muchas otras veces en la historia, todo cambia para que nada cambie, no nos confundamos. 

Sergio Estrada Paredes, 1º BCH 
Julio Díaz Méndez,, 1º BCH
Mateo Estrada Paredes









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