El alumnado de 1° de Bachillerato B, con el profesor Pablo Álvarez Fernández, trabajó el tema de la épica y de la necesidad de contar con personas a las que tener como referentes.
La propuesta de trabajo tenía como punto de partida la ficción de que, en estos tiempos extraños, se encuentra un manuscrito medieval con un cantar de gesta nuevo, que nada tiene que ver con el famoso Cid.
En primer lugar
La respuesta a tus lágrimas, de Mateo Prieto Suárez
La respuesta a tus lágrimas
A veces despiertas de una pesadilla
y sientes la maravillosa oleada de alivio al comprender que los horrores que
veías eran solo fantasmas y que estás a salvo en tu cama caliente.
A Brianda le sucedió justo al revés.
Había estado soñando con algo feliz,
en algún lugar feliz, acunada en plumas con una sonrisa en la cara. Entonces
notó el frío, deslizándose en su corazón por mucho que se acurrucara. Luego el
dolor en las piernas escocidas cuando cambió de postura en el suelo inclemente.
Después el hambre que ya le mordisqueaba las entrañas y regresó en oleada allí
mismo, haciendo que despertara con un gemido.
Abrió los ojos de mala gana y vio el
cielo frío y gris a través de unas ramas que crujían con el viento, y también
algo que se mecía en...
- ¡Mierda! -
graznó, apartándose a rastras de su
capa desgastada.
Habían colgado a un hombre del árbol
bajo el que habían dormido. Si se levantaba y se erguía, podría haber tocado
los pies que se balanceaban. Al acostarse, estaba demasiado oscuro para verse
sus propias manos, no digamos ya un cadáver ahorcado encima de ellas. Pero en
esos momentos era imposible pasarlo por alto
- Hay un muerto - gimió
Brianda, señalando con un dedo tembloroso.
Inés apenas le dedicó una mirada
fugaz.
-Considerándolo todo, prefiero que me sorprenda un muerto que
un vivo. Toma - Puso algo en la mano helada de
Brianda. Una punta de pan húmeda y un puñado de aquellas horribles bayas
amargas que dejaban los dientes de un color rojizo -. El
desayuno. Saboréalo, porque es toda la comida que Dios nos ha tenido a bien a
conceder. - Juntó sus manos morenas y sopló en
ellas, muy poco a poco, como si incluso el aliento fuese un recurso que debiera
racionarse -. Mi padre siempre decía que se puede
descubrir toda la belleza que hay en el mundo mirando la forma en la que se
columpia un ahorcado.
Brianda mordió el pan mojado y
masticó en su boca dolorida, mientras sus ojos no dejaban de regresar al
cuerpo, que iba girando despacio.
- Pues yo no se la veo, la verdad.
- Reconozco que yo tampoco.
- ¿No deberíamos bajarlo?
- Dudo que nos lo vaya a agradecer.
- ¿Quién será?
- Si te soy sincera, hasta ahora no ha tenido mucho que decir
al respecto. Podría ser un hombre de Dios, ahorcado por uno de los mahometanos.
Podría ser uno de los conversos ahorcado por uno de los hombres de Cristo. Ya
no supone una gran diferencia, los muertos no combaten por nadie.
¿Cuántos conocidos de Brianda habían
caído en las últimas semanas? Notó las lágrimas y el llanto al fondo de la
nariz y lo sorbió con ímpetu.
- ¿Cuánto más de esto podremos soportar? - Sabía
que su voz ya sonaba chillona y rasposa, pero no se pudo contener.
- ¿Que cuánto puedo soportar yo? -
Preguntó Inés -. Tenía
6 años cuando mi padre me envió por primera vez a arrancar flechas de los
muertos. Yo puedo soportar lo que me echen. Ahora, ¿Cuánto puedes soportar tú?
Si caes y no consigues levantarte, habremos descubierto cuál es tu límite.
Hasta entonces... - Miró entre los árboles mientras se limpiaba los dientes
manchados de bayas con una uña -.
No podemos quedarnos aquí paradas.
Ni tampoco llegar al bastión de Pancorbo. Aún no puedo creer que tú hermano
abandonase las fortificaciones, todo para que su nombre "fuera
recordado".
- Hombres. Todo por el rey, la patria y la gloria.
- Da igual, los supervivientes se estarán replegando en
desbandada hacia Ubierna. Allí iremos. Serán varios días de viaje, tal vez
semanas.
Semanas de marcha a través de
montañas, secarrales y vadeando ríos, esquivando a crueles enemigos, comiendo
bayas y durmiendo bajo hombres ahorcados. Brianda notó volatilizarse sus
ánimos.
Pensó en su habitación en Frías, en
su padre esperándola cada mañana para desayunar juntos y luego ir a sus quehaceres
habituales, en las charlas insustanciales que tenía con su madre mientras
tejían al fuego de la chimenea del palacete, en los perros suplicándole un
trozo del corzo o la garcilla pertinente.
Pensó en los "grandes"
guerreros alineados a ambos lados de la hoguera. Todos riendo tras escuchar
algún chiste que había hecho ella. En su hermano, el muy zoquete se había
tirado contra el ejército de musulmanes en una desventaja de hombres notable, sólo
para llamar la atención de esos grandes guerreros, que lo único que hacían era
inflar sus propios egos entre ellos recordando masacres de hace 15 o 20 años.
Pensó en las calles de Frías, en la
taberna de la plaza donde ya todo el mundo la conocía por sus pequeñas paradas
antes de volver a casa después de ir a cuidar de los caballos, en los caballos,
su joven mallorquín el cual su hermano le había "confiscado" para ir
a batallar, el mismo que había visto caer cuándo se había lanzado a la carga.
Anhelaba regresar a la seguridad y
al calor, y ser infravalorada en vez de perseguida, pero sus padres se habían
empeñado en que alguien de confianza debía acompañar al bruto de su hermano
para intentar controlarlo, ya además le habían puesto a esa loca de Inés como
escolta, no aguanto más y se derrumbó ahí mismo. Inés se acercó a ella y con la
voz más suave y agradable que le había escuchado hasta ahora le puso una mano amable
en el hombro
- ¿Sabes lo que me decía mi padre cada vez que me echaba a
llorar?
- No...
- gorjeó Brianda, chorreando un moco.
Inés le propinó una bofetada
inesperada en la cara.
Brianda boqueó y se llevó la mano a
la mejilla ardiente.
- ¿Qué demonios...?
- Eso era lo que me decía. - Inés la sacudió con fuerza-. Y cuando esa es la respuesta a tus lágrimas, aprendes bien
pronto a dejar de gimotear y ocuparte de lo importante.
-Au -musitó Brianda, notando como le
palpitaba la cara entera.
- Sí, lo has pasado mal. Te han arramblado por medio reino
para acompañar a tu hermano para que al final se suicide por gloria y honor,
has estado 2 semanas arrastrándote por ahí durmiendo a la intemperie y bla,
bla, bla. Pero has nacido en el seno de una familia noble con todos los
miembros de tu cuerpo y una buena dentadura en esa cara tan bonita, además de
que eras la única hija de un noble con un sequito de imbéciles que te adoraban.
- Eso no es justo.
Dio un respingo cuando Inés volvió a
abofetearla, con más fuerza aún si cabía.
- Estás acostumbrada a mangonear a los viejos con un chasquear
de dedos. Pero como los sarracenos te pongan las zarpas encima te harán
chasquear a ti. Te hará chasquear los huesos hasta partirlos, y será culpa tuya
tu propia culpa. Eres una malcriada, Brianda. Eres blanda como la grasa del
cerdo. - Clavándole un dedo en el dolorido pecho una y otra vez-. Para tu propia suerte, estoy aquí contigo y voy a convertir
esa grasa en pura roca para el altísimo y para ti misma.
- ¡Serás lagarta! - chilló
Brianda y le propinó el primer puñetazo de toda su vida.
Fue un buen puñetazo, que le echó la
cabeza hacia atrás y envió gotas de saliva por los aires. Brianda siempre se
había considerado frágil. Más observadora que involucrada. Pero en esos
momentos, una furia que no había sabido que tenía estaba bullendo en su
interior. Era una sensación agradable, fuerte. El primer atisbo de calor que
había sentido en semanas.
Alzó el puño una segunda vez, pero
Inés la cogió de la muñeca, luego también del pelo y, de un tirón, la obligó a
arquear la espalda hacia atrás. Brianda dio un graznido cuando se vio apresada
contra el árbol con una fuerza abrumadora.
- ¡Ahí está esa roca! - Inés
sonrió de oreja a oreja, mostrando unos dientes manchados tanto de sangre como
de bayas-. Algún día conseguiremos hacer un monolito que asuste a todo
hombre y del que hasta el Creador estará orgulloso. -Soltó el pelo de Brianda-. Y
ahora, ¿ya has calentado? ¿Estás lista para bailar conmigo hacia el oeste? -Su
mirada se posó en el cuerpo que se mecía- ¿O
prefieres bailar la jota con nuestro amigo?
Brianda dio una larga bocanada y la
soltó humeante al aire frío. Entonces levantó las manos, una de las cuales se
acababa de añadir a sus desgracias palpitando de dolor.
- Estoy lista.
Brianda se intentó hundir más en las
raíces con el agua helada del río hasta el cuello y el pelo lleno de mugre,
oyendo las trabajosas pisadas de los herejes en el camino. Por cómo sonaba,
eran demasiados. Se preguntó qué pasaría cuando la atrapasen. Intentó que su
respiración se hiciera lenta, regular y silenciosa.
Entre el miedo, la preocupación por
los suyos, la molestia de sus magulladuras y cortes y la constante hambre y el
insistente frío, aquella debía de ser la tarde más asquerosa que había pasado en
su vida, y eso que los últimos días habían dejado el listón muy alto.
Sintió la yema de un dedo bajo la
mandíbula, cerrándole la boca, y cayó en la cuenta de que sus dientes habían
empezado a castañear. Inés estaba apretada contra la ribera a su lado con el
agua hasta la afilada barbilla y el pelo aplastado sobre el rostro ceñudo,
quieta como la tierra, paciente como los árboles, dura como el granito. Sus
ojos pasaron de Inés al saliente de raíces que tenían encima, y sin hacer ruido
sacó un dedo del agua y se lo llevó a los labios llenos de cicatrices para
mandarle callar.
Se empezaron a distinguir algunas
voces, murmullos, sobre todo, pero Brianda reconocía algunas, se emocionó al
percibir la de su hermano y empezó a dirigirse rápidamente hacia el saliente en
silencio, pero Inés la asió del hombro y la mantuvo firmemente pegada a ella.
- ¿Qué crees que nos van a hacer Mendo? - Con
un tono de voz roto que mostraba pánico.
- ¿Acaso importa? - Una voz tranquila y cansada, como si
ya hubiera respondido esa pregunta otras veces y hacía poco.
MENDO, su hermano aún estaba vivo,
esa voz tan pedante y cansina que llevaba escuchando cada mañana desde hacía 19
años era inconfundible.
- Inés, mi hermano está ahí arriba, tenemos que hacer algo -. Dijo
en susurros mientras se zafaba de ella, asomaba la cabeza entre los matojos e
intentaba vislumbrar lo que ocurría allí arriba.
Se encontró con uno ojos de color
gris que miraban directamente en su dirección, que aún no habían reparado en
ella, pero que tarde o temprano lo harían. Eran los ojos de Mendo, igualitos
como los recordaba.
Brianda se había obcecado tanto en
su hermano que aún no había caído en la cuenta de toda la gente conocida que
había con él, todos maniatados y avanzando penosamente, rodeados por un
destacamento de sarracenos con cara de pocos amigos. No había posibilidad de
hacer un combate abierto, no en esas condiciones, así que decidió volver con
Inés.
- Están atados ahí arriba, los descreídos nos superan 20 a 1 y
aún si pudiéramos desatar a alguno de los nuestros solo sería para morir con
las manos vacías sin la posibilidad de hacer nada.
- Mejor morir de pie que vivir de rodillas.
- No creo que los de ahí arriba opinen lo mismo.
- Nadie lo hace, simplemente es algo a lo que atenerse en este
tipo de situaciones.
- Pero les vamos a ayudar, ¿verdad?
- …
- Inés, no podemos dejarles en la estacada así, no ahora.
- Ya lo sé, estoy pensando, pero tu voz hace demasiado
ruido… Eso es… ¿Te dieron clases de
canto en frías?
- Sí, pero… ¿De qué nos sirve eso ahora mismo…? Espera,
¿pretendes que yo te haga de cebo? ¿Acaso soy tu bola de sebo particular?
- Tómatelo como si estuvieras en uno de esos
cuentos que tanto te gustan, una muchacha que ignora el peligro que la acecha
en los recovecos más oscuros de este bosque y que va cantando siempre por ahí,
además, es por tu hermano, si quieres
continuamos andando.
- Está bien, ¿Qué tengo que hacer?
- ¿Había muchos arqueros?
- Casi una docena.
-Perfecto. Divide y vencerás. - Mientras
le hacía entrega de su primer filo, una navaja de no más de 10 pulgadas,
suficiente para acabar con un hombre si se tiene cierta maestría con las armas,
Brianda lo más parecido que había cogido en su vida eran las agujas de coser.
El combate no era una opción.
Brianda corrió cuesta abajo dando
traspiés, los árboles y el cielo daban brincos ante sus ojos, todos los planes
que habían hecho perdidos en el viento junto con su capa ya solo le quedaba la
daga que le había dado minutos antes Inés como ayuda de última hora. Era el
problema de los planes: no había muchos que sobrevivieran a la persecución de
una jauría de perros durante un aguacero. Unas zarzas mojadas le engancharon el
tobillo. La dejaron tambaleándose, pero las maldiciones que iba a decir
quedaron interrumpidas en seco cuando se dio de bruces contra un árbol, cayó y
rodó sin remedio entre arbustos espinosos, gañendo en cada rebote y luego dando
un largo gemido mientras resbalaba boca abajo por un montón de hojas y tierra
empapadas.
Miró hacia arriba y vio un par de
botas. Subió más la mirada para comprobar quien las portaba, el hombre estaba
mirándola con una expresión más de sorpresa que de victoria.
- Menuda entrada - dijo el hombre.
No era alto, pero sí sólido como un
árbol. Panza grande y carnosa, antebrazos grandes y carnosos, cuello y
carrillos grandes y carnosos, completamente enfundado en unos ropajes de color
blanco puro, con un tono de piel igual que el de sus enemigos, sino más oscuro.
Quizá fuesen de la misma altura, pero como mínimo le doblaba en peso. Tenía
toda una mejilla surcada por una vieja cicatriz.
Brianda escupió hojas y tierra y
susurró:
- Mierda.
Pero en lugar de asirla por el
cuello, el hombre dio un paso atrás e hizo una leve reverencia.
- Por favor. -
Y le cedió el paso con una ancha
palma abierta, como podría haber hecho ella hacía solo un par de días a uno de
esos nobles de Frías.
No había tiempo para reflexionar
sobre el regalo, solo para agarrarlo con ambas manos.
- Gracias -
jadeó Inés mientras se levantaba a
duras penas, notando el sabor de la sangre en la boca.
La camisa mojada se había rajado sin
remedio durante la caída, así que la dejó caer y siguió corriendo envuelta en
su chaleco.
Llegaban ladridos de perros por
detrás y Brianda en un atisbo de pánico giró la cabeza para ver a cuánta
distancia estaba, hubiera caído al suelo de no ser por el hombre de blanco que
la sujetó mientras caía y la levantó, Brianda se sintió con fuerzas renovadas,
empezó a correr sin siquiera plantearse que acababa de pasar.
- ¿Brianda? ¿Eres tú? - Eran
las voces de Mendo e Inés.
- ¡Voy…!
- balbució ella- ¡corred…! - entre
jadeos - ¡CORRED!
Tenían que vadear el río, ya veían
el fuerte de Ubierna, incrustado en la montaña, como una pulga a un animal.
Estaban tan cerca y al mismo tiempo tan lejos, el puente más cercano estaba a
unas dos millas, demasiada distancia que recorrer en persecución, sin monturas,
y con la situación física en la que estaban no llegarían a la primera milla, la
otra opción era vadear el río, un completo suicidio, estaban en plena época de
lluvias y eran más de doscientos metros de una orilla a la otra.
Volvió a aparecer el hombre de
blanco, esta vez armado con una lanza una espada y un arco además de que tenía
algo en su espalda, dos alas marrones que le doblaban en tamaño pero que tenían
algo en las puntas, faltaban algunas plumas y había partes muy ennegrecidas
como si se hubiera acercado demasiado al fuego. Brianda miró asombrada a su
alrededor, ya no estaban en un bosque, ni siquiera parecía una habitación de un
castillo, había una especie de niebla blanca muy densa, podría haber un vacío
dos pasos más adelante, ella hubiera caído. Mendo e Inés estaban paralizados
con expresiones de horror en sus caras y gestos de empezar a huir, ahora que
los miraba con atención se daba cuenta de que hubo una refriega bastante
intensa para liberar a los pocos hombres que los acompañaban, todos heridos
algunos de gravedad. El hombre de blanco le estaba haciendo entrega de una
lanza y un arco, brillaban con un fulgor rojizo, como si estuvieran aun siendo
forjadas o estuvieran en llamas, con una gran reverencia decía:
- Aunque a veces parezca que os haya abandonado, recuerda,
siempre estará a vuestro lado, aunque creáis que solo os castiga, son lecciones
y pruebas a vuestra fe, las cuales habéis superado con creces.
- ¿Qué…? ¿Mi señor...? -.
Brianda estaba henchida de júbilo, y
al mismo tiempo de terror.
- No, pero soy alguien cercano a él, y habéis captado mi
atención, alguien de vosotros tres ha estado rezando con una fuerza y una
intensidad, incomparables-.
Miró a Inés con gran satisfacción y
curiosidad. - Deberías estarle agradecida a tú
amiga.
-Pero… ¿Quién es usted…? - Pronunció
esas palabras como si pudieran ser las últimas de su corta vida.
- El guerrero de ébano - lo dijo con el pecho hinchado,
saboreando cada palabra y encuadrando los hombros, por lo que las alas se
movieron con gran elegancia - o… Ubanaziel si lo prefieres.
Brianda no sabía qué decir ni hacer,
se quedó quieta mientras él cogía sus manos y las colocaba encima de las armas.
- ¿Nos vas a ayudar...?
- Estaré más presente de lo que crees.
Empezó a hacerse uno con la niebla
blanca para acabar desapareciendo en una explosión de luz y plumas marrones.
Cuando volvió en sí misma tenía la
espada en la mano, ahora ya sí, de un color natural, plateada con detalles
dorados en la empuñadura, no se le hacía pesada ni tampoco demasiado grande
pese a que midiera casi lo mismo que ella, la manejaba como si fuera una
extensión de su cuerpo, como si esa arma estuviera hecha para ella, o al revés.
Además, la habían enfundado en una armadura recién pulida con detalles de color
dorado, tanto en la cota de malla de los guanteletes como en los ribetes y en
las decoraciones del peto y hombreras, le habían colocado un yelmo con una
visera de cuero con al que no se le veía la cara.
Mendo llevaba puesto solo un
guardabrazo y una hombrera de cuero negro en el brazo izquierdo, además del
carcaj, el arco, negro con detalles en plata, las flechas hechas de una madera
absolutamente negra, y la dactilera, una pieza de cuero negro completamente que
Mendo nunca había usado antes en su vida, llevaba una “daga de la misericordia”
para ejecutar a los malheridos cuando el combate acabase, era la primera vez
que tenía un arco en sus manos.
Inés estaba tan desconcertada que no
se había dado cuenta de la flecha que iba directamente hacia su pierna, ni de
que se fue deshaciendo en el aire, como tampoco se dio cuenta de que los
hombres a los que había conseguido liberar y que en tan mal estado se
encontraban, en ese momento estaban completamente equipados y repuestos de sus
heridas, estaba poyada en una lanza de casi dos metros, de color blanco como el
hueso, rematada por una punta con doble filo decorada con dos alas. Su armadura
consistía en una simple cota de malla de color blanco pura, además de unas
grebas de cuero, una rodillera de blanca y un escarpe en el pie derecho
rematado con una espuela en el talón.
- ¿Qué es todo esto, Brianda? -. Preguntó Inés.
- Has agradado a alguien importante Inés.
Mientras tanto, Mendo
no había perdido la oportunidad de empezar a abatir moros con una precisión
absoluta.
- ¡¡Por Castilla¡¡- Gritó antes de volver a lanzarse a la carga descargando todas
las flechas que tenía a mano, seguido por los pocos hombres que quedaban, que
fueron cayendo de uno en uno, no sin antes llevarse a tres o cuatro herejes por
delante.
Mientras él se lanzaba
a la carga sin pensarlo y malgastando toda su munición, ambas mujeres
observaron la situación mientras se defendían de los atacantes.
-¿Alguna idea, Brianda?-. Dijo Inés mientras mantenía la lanza en ristre
haciendo espacio entre ellas y los sarracenos, ensartando a uno de ellos y
desequilibrando a otros tantos.
- La verdad es que no, pero, ¿No estás un poco
cansada de huir?-. Le miró a los ojos y
sonrió mientras se lanzaba a la carga siguiendo el ejemplo de su hermano.
Inés se puso a la par
de ellos zafándose de los atacantes con una velocidad y una habilidad pasmosas.
Cuando Mendo se quedó sin flechas desenvainó la navaja y empezó a dar puñaladas
a todo los que se moviera y estuviera a su alcance, pero, en un breve momento
de debilidad osó mirar a su alrededor y comprobó que sólo quedaban ellos tres,
sin ninguna herida, pero solos.
- Brianda, tenemos que irnos, ahora-. Mientras tanto ellas tenían sus propias ideas,
conseguirían frenar el avance musulmán, aunque fuera lo último que hicieran,
alguien había imbuido sus cuerpos de una fuerza divina, y ellas no Le iban a
decepcionar. Mendo empezó a retroceder a
duras penas, notándose cada vez más exhausto y atemorizado, empezó a correr
mientras su hermana y su amiga se lanzaban contra los islamistas, dándole el
tiempo y la distracción necesarios para poder huir sin ser visto, y los pocos
que se fijaron en él no tuvieron tiempo de gritar nada antes de que sus
gargantas hubieran sido cercenadas por el filo de su navaja.
Brianda e Inés se
dieron cuenta de que faltaba Mendo demasiado tarde, se vieron rodeadas por
oleadas de agarenos en cuestión de segundos, resistieron lo máximo que pudieron
pero eran demasiados, cuando el primer filo llegó a tocar la piel de Inés en la
espalda, en vez de gotear sangre salió un haz de luz de color blanco que cegó a
todos sus enemigos ya ellas mismas, sin saber que acababa de pasar se lanzaron
en un último contrataque en el que los filos enemigos cayeron sobre ellas como
la lluvia cae en primavera sobre los árboles.
Mendo había conseguido
llegar a la ciudadela a duras penas, ya habían empezado a aparecer las heridas
que hasta ahora se habían mantenido ocultas, pero él no sisaba luz, sino que
chorreaba sangre a borbotones. Empezó a pedir ayuda a gritos mientras su voz no
se convertía en más que gorgoteos debido a que la sangre ya había entrado en
sus pulmones, aullaba con el miedo de alguien que sabe que va a morir y que no
ha conseguido nada que lo hiciera realmente feliz en su vida, se empezó a
hundir en el suelo, y su sangre se fue haciendo una con la tierra mientras que
su carne se fue endureciendo y oscureciendo rápidamente, de no ser por la
sangre derramada antes nadie habría dicho que alguien estuvo allí, solo un
pequeño pimpollo de ébano.
Cuando los cuerpos de
Inés y Brianda se dejaron de mover definitivamente la luz adquirió un tono
dorado y empezó a salir de sus cuerpos por las ranuras creadas por las espadas,
las flechas y las hachas que empezaron a aparecer en ese momento, la luz tomó
la forma de las dos mujeres, con la pequeña excepción de que estaban
completamente desnudas y sin ninguna marca en su cuerpo, no había cicatrices ni
cardenales que estropearan su piel, empezaron a ascender a los cielos a una
velocidad pausada pero constante, como si algo las atrajese hacia arriba,
mientras tanto sus asesinos huyeron despavoridos frente a tamaño espectáculo.
Mientras tanto yo
seguí observando lo que sucedía durante semanas, balanceándome al son de los
elementos, de vez en cuando un cuervo se paraba en mi hombro y me picoteaba,
daba igual, yo ya no sentía nada, hasta que la podredumbre decidió por fin
dejarme caer al suelo, los gusanos y la tierra hicieron el resto del trabajo
del que no se encargaron los pájaros, ni lobos ni moscas.
Por fin puedo
descansar…